Muchas son las enfermedades que pueden acaecerle al ser humano. Existen enfermedades de todo tipo, producidas por muchas causas y que pueden ser físcas, mentales o del alma.
Hoy quiero hablar de una enfermedad mental que es, para mí también, una enfermedad del alma, de los recuerdos, de la esencia de cada uno. Hablo del Alzheimer, una enfermedad degenerativa de las células cerebrales o neuronas y de los neurotrasmisores cuyo origen es, todavía hoy, desconocido.
La enfermedad puede comenzar de manera lenta en la edad madura, aunque es mucho más grave en la vejez. Cuando comienza en la edad adulta suele asociarse a otro tipo de demencias del entorno familiar que resulten antecedentes y por ello el desarrollo de la enfermedad puede ser más rápido.
La enfermedad se desarrolla a través de tres fases:
- Primera fase: empieza a gestarse la enfermedad. Generalmente, pasa desapercibida ante los ojos de los familiares y suele manifestarse con insomnio, depresión, irritabilidad, apatía, fatiga, etc. Estas manifestaciones emocionales y cognitivas suelen afectar al desarrollo de las actividades de la vida diaria y suele ser percibido por los familiares y el entorno como pequeños despistes. Además de esto, el enfermo comienza a olvidar cosas, le cuesta formar frases con vocabulario extenso y elaborado, suele perder el sentido de la orientación y, a menudo, evitan las concentraciones de personas, aislándose cada vez más de sus relaciones personales.
- Segunda fase: Los cambios que experimentaba la persona en la fase anterior se acentúan notablemente. Esta fase también viene acompañada de mayor dependencia y a perder la capacidad de responder a estimulos y necesidades de su entorno como vestirse, abrir una puerta, prepararse la comida, etc. También se caracteriza por olvidar situaciones recientes, una gran desorientación y una manifestación emocional extrema (ira o enfado desmesurado o, por el contrario, una extrema amabilidad o sumusión).
- Tercera fase: Esta fase está duramente marcada por la pérdida total de independencia y la reaparición de los reflejos primitivos (succión o prensión). Las personas que se encuentran en esta fase sufren trastornos del sueño y la alteración de los ritmos circadianos así como incontinencia urinaria y fecal. También debido al deterioro de las neuronas en las zonas del encéfalo que competen a las actividades motoras, comienza lo que se conoce como estado vegetativo o, como yo lo interpreto: el principio del fin.
Pero lo que a mí realmente me importa de todo este prontuario científico es que son personas quienes sufren esta enfermedad. Son seres humanos que sienten dolor y mucha tristeza cuando la enfermedad les permite recuperar brevemente la lucidez. Es una enfermedad que tiene un doble perjuicio: el terrible desenlace que le espera a quien lo padece pero también el interminable y agotador camino que tiene que vivir la familia o las personas al cuidado del enfermo.
Es muy importante procurarle a la persona que padece la enfermedad un bienestar. Aunque muchas veces, sobretodo en etapas avanzadas de la enfermedad, no reconozca nada de su alrededor, incluyendo a las personas que le cuidan o a sus propios familiares, la enfermedad no ha inhibido su capacidad para sentir el cariño o su capacidad para comprender que le están cuidando aunque no comprenda qué le pasa exáctamente.
A veces, las situaciones que suceden por cuidar a una persona que padece Alzheimer pueden poner a prueba la capacidad de autocontrol de cualquiera. No querer comer, levantarse y alborotar en mitad de la noche o comportamientos violentos son algunas de las cosas que tienen que padecer los cuidadores y familiares. Nadie puede negar la importantísima labor que desarrollan los familiares, cuidadores o instituciones, pero bien es cierto que el bienestar de estas personas debe ser siempre una prioridad y no una recompensa por el buen comportamiento.
Los Servicios Sociales ofrecen una amplia gama de recursos que los familiares pueden solicitar. También en el Tercer Sector es una muy buena alternativa para buscar dar respuesta a las necesidades de estas personas y sus cuidadores.
Debemos aprender a valorar cada momento y cada instante que vivimos puesto que no podemos saber si mantendremos ese recuerdo para siempre.
«Uno se despide insensiblemente de pequeñas cosas, lo mismo que un árbol en tiempo de otoño muere por sus hojas.» – C. Vargas.
¡Y no «olvides» tener un buen día!